Abril 24, 2022

El hombre que limpia las ventanas del Coltejer de Medellín

A Nilton López todavía le da miedo suspenderse desde la cima del edificio más alto de Medellín, el Coltejer. Pero fue en el escalado donde encontró la solución para enfrentar la fobia que de pequeño sentía por las alturas.

Él decidió, hace 11 años, empezar a practicarlo y, por si fuera poco, fundar su propia empresa de mantenimiento industrial en la que incorporó técnicas tradicionales del deporte. 

Tal innovación lo llevó a ser reconocido en el negocio y ahora –que es profesor de escalado–, prepara a otros en temas de seguridad para trabajos en alturas.

La pasión de Nilton, de 36 años, es en definitiva, la de prácticas extremas: se le mide al buceo, parapentismo, skate boarding, ciclomontañismo y hasta patinaje.

Sin embargo, considera que nada se le compara a estar suspendido desde el rascacielos paisa.

“Desde aquí, a una altura de 176 metros, se puede ver todo el Valle de Aburrá y apreciar toda la belleza de las montañas que lo rodean. Es hermoso”, dice Nilton.

Equipara su estancia en el Coltejer con un día de escalado en la piedra de El Peñol, pero se maravilla más con la ciudad y la dinámica que transcurre sobre la calle Junín, sitio donde se levantó la edificación.

“Cuando estas suspendido en el Coltejer no hay tiempo para nada más, solo para sentirse libre. Somos el edificio y yo”, afirma el escalador, aunque a veces se quede contemplando a la gente que se ve diminuta desde la aguja del lugar.

De hecho, para este ‘Spiderman’ criollo, tener que trabajar no es una tortura pues puede darse el lujo de hacer lo que le gusta y que, además, “me paguen por eso”.

Lo complicado fue que su familia lo entendiera. Sabía con certeza que lo suyo era disfrutar de las actividades que exigieran adrenalina. 

“Cuando se dieron cuenta de que esto sí mejoró nuestra economía y que me gustaba ya no me dijeron nada más", dice Nilton entre risas.

Su esposa, Juliana Rodríguez trabaja casualmente en el mismo edificio y de vez en cuando le da la sorpresa apareciéndose, como un fantasma, por la ventana de su oficina. 

Pero Juliana ya se acostumbró a ver a su esposo sostenido de un arnés, unas cuantas cuerdas y lo recibe siempre con la sonrisa a flor de piel como si ya no le causara miedo que el hombre que ama desafíe la la gravedad.

Él también se acostumbró a todo eso: a los chistes que lo equiparan al Hombre Araña, al vacío en donde un carro se ve como una pequeña hormiga y a su propio miedo, pues escalar para él no solo es un trabajo, es su razón de ser, el estilo de vida que no quiere abandonar. 

Ángela Rendón
Redactora de EL TIEMPO
Medellín